El Cabildo Catedral de Zamora ha restaurado una imagen de Cristo Crucificado realizado por el escultor vallisoletano Luis Salvador Carmona. La restauración ha sido acometida por Patricia Ganado Gamazo con un coste de 2800 euros. Esta intervención a sido sufragada mediante los ingresos que genera el primer templo mediante la venta de entradas para su visita. La pieza puede contemplarse en el Museo Catedralicio.
Luis Salvador Carmona (Nava del Rey, Valladolid, 1708-Madrid, 1767) está considerado como uno, si no el mejor, de los grandes maestros de la escultura rococó en España. Activo en el segundo tercio del siglo XVIII, su obra, tanto documentada como atribuida, es abundante y se halla diseminada por gran parte de la geografía nacional: Madrid, Navarra, Guipúzcoa, Cantabria, Sevilla, Toledo, Segovia, Ávila, León, Zamora, Salamanca y Valladolid.
También la diócesis de Zamora contaba hasta el momento con una obra considerada autógrafa: la Virgen del Rosario, en la iglesia parroquial de la Asunción de Morales del Vino, que preside el retablo de la capilla fundada por Juan de Luelmo y Pinto (1706-1784), oriundo de la localidad y obispo de Calahorra y La Calzada, y que fue realizada posiblemente entre 1755 y 1767.
Los crucifijos realizados por Carmona ocupan un lugar destacado en su producción por su elevado número y su correcta y apurada ejecución. Son fácilmente reconocibles, ya que todos ellos participan de unos estilemas que se repiten casi invariablemente. De entre los conservados destacan los del Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid (depósito del Museo del Prado); Azpilcueta (Navarra), y El Real de San Vicente, Torrijos y Los Yébenes, en la provincia de Toledo, con los cuales el zamorano, de gran calidad técnica, muestra un gran parecido desde el punto de vista estilístico y formal, y abundantes semejanzas en cuanto a detalles, por lo cual creemos que se trata de una obra personal.
Es éste un crucifijo de pequeño tamaño, de 35,5 x 27,5 cm. (cruz: 76 x 39,5 cm.), como los pertenecientes a las imágenes de San Francisco de Asís de los conventos franciscanos de Estepa (Sevilla) y Olite (Navarra); el de facistol -el único representado en agonía hasta ahora conocido- conservado en el convento de Capuchinas de Nava del Rey (Valladolid), y el que porta la imagen de San Juan Nepomuceno de la iglesia vallisoletana de San Miguel y San Julián.
Ignoramos si originalmente fue el atributo de una imagen hagiográfica, o bien un crucifijo «de púlpito» o «de mesa de altar». Existe documentación gráfica, de mediados del siglo pasado, en la que se encuentra situado sobre el altar de la capilla catedralicia de San Juan Evangelista. Hasta época reciente se hallaba en la sala capitular. Carece del rótulo o titulus, posiblemente por pérdida. Actualmente se halla izado sobre una peana de factura relativamente moderna.
Cristo está expirado y fijado mediante tres clavos a una cruz arbórea, con los brazos tallados en forma de troncos, como era habitual en la tradición andaluza. El escultor ha puesto todo su empeño en representar la belleza del Salvador a través de un cuerpo anatómicamente correcto, proporcionado, de formas suaves. Está ligeramente arqueado hacia su izquierda. La pierna derecha aparece flexionada en sentido inverso al torso, mientras la izquierda se curva y remete para colocar el pie izquierdo bajo el derecho. Los brazos, por su parte, se extienden sobre la cruz formando un amplio ángulo.
La cabeza muestra unos rasgos minuciosos y delicados, y una expresión serena, dulce, alejada de la tragedia. Está ladeada hacia la derecha e inclinada hacia abajo. Su abundante cabellera, partida a raya, tiene finamente tallados sus mechones, algunos de los cuales caen por delante del hombro derecho y otros, onduladamente, hacia la espalda, dejando despejada la oreja izquierda, detalle que es constante en los crucifijos de Carmona. La barba es corta y cuidada. Los ojos están cerrados y la boca entreabierta. La corona de espinas es de rama espinosa.
El paño de pureza, sujetado con una cuerda, está anudado y arremolinado en la cadera derecha, dejando visible su desnudez y colgante un extremo de la tela, disponiendo el otro en la parte central, por encima de la cuerda. Sus pliegues son minuciosos, aristados y agitados.
A pesar del realismo del modelado anatómico, la policromía no exagera la nota dramática. El cuerpo apenas está salpicado de sangre, ya que sólo lo recorren algunos hilillos por el pecho y la espalda, aparte de la que mana de las llagas de manos, pies y costado, de las erosiones de las rodillas, y de la herida que el maestro sitúa siempre en la cadera izquierda.
Texto y Fotografía: José-Ángel Rivera de las Heras. Canónigo Director del Museo Catedralicio